viernes, agosto 05, 2011

Un Par de Locos

Ruth vivía en una vieja casona ubicada al norte de la ciudad, el parque que quedaba en frente definitivamente era su lugar favorito, de hecho parecía que su tiempo se esfumaba entre los arboles blancos que rodeaban aquel sitio, sin embargo para ella parecía que era un par de horas al día, lo cual en realidad no era ninguna molestia, tal vez la compañía que siempre tenía en ese parque era lo que hacía que el tiempo pasara tan rápido, su nombre era Alain Jonas, un sueco que llevaba ya tanto tiempo en la ciudad que su acento era perfectamente nativo, inclusive su conocimiento sobre este pueblo crecido incrustado en la montaña era sorprendente, parecía más un guía del lugar que un turista que llegó por accidente y decidió enamorarse de un paisaje melancólico.


La vieja Ruth como la llamaba todo el mundo, cosa que odiaba con todas sus fuerzas, provenía de una familia adinerada del interior del país, sin embargo para ella esas cosas no tenían la menor importancia, tanto así que ni siquiera se hablaba con su familia, de hecho su mente rencorosa borró cualquier recuerdo que pudiera atormentarla en ese presente mágico que estaba viviendo, siendo así que ni siquiera sabía por qué era propietaria de semejante casona y mucho menos el por qué le tenía rencor a su familia, igual cada vez que veía a Alain era suficiente para mandar todo el mundo al carajo en especial la vecina que con su cara de militar y su vestido blanco inmaculado la hacía sentir nauseas de sólo hablar con ella, pero Alain parecía siempre inmerso en otro mundo, tanto así que nada del pasado de Ruth conocía, ella algunas veces pensaba si eso era una muestra de un amor incondicional o de total indiferencia, tal vez era lo único que le molestaba del hombre que amaba, el resto de sus cosas, por pequeñas que fueran simplemente la volvían loca, jamás había querido a un hombre de tal manera que el solo verlo le doliera de lo enamorada que estaba, además de su profunda admiración por su sorprendente intelecto, ella, una rubia latina de armas tomar que disfrutaba de una vida desenfrenada llena de sexo, drogas y música estridente jamás se vio a si misma siendo una devota compañera de un filósofo escandinavo.


Sin embargo todo llega a un final, y el final de esta historia se dio la tarde del 14 de noviembre, o al menos eso creía Ruth, pues en realidad su tragedia había comenzado mucho antes. Ese día la mañana fue como cualquier otra, un recorrido por su casa y luego la discusión de siempre con la vecina de blanco, en la tarde el paseo en el parque estaba enmarcado por un cielo espectacular, poco visto por estas latitudes llenas de lluvia y frio sabanero, pero fue ese cielo el detonante de un fin jamás sospechado.


-¿No te parece hermoso ese cielo Alain?-, inquirió ella después de haber tenido una conversación sobre Dostoyevski.


-Jamás había visto un cielo tan verde-. Respondió el, ella lo tomo como una broma, pero el tono de su voz no delataba ninguna otra intencionalidad. Siempre habían hablado de escritores europeos, de corrientes del pensamiento, de filosofías de vida, de música, de pintura, de cualquier cosa que estimulara la mente, inclusive él le confesó que a pesar de una vida plena y sana había probado ciertas sustancias alucinógenas, pero jamás se habían detenido a contemplar ese mundo de la percepción, esos detalles que colorean la vida.


En ese momento ella pensó que en realidad no conocía muchos detalles de este sueco, pero es que los detalles no son determinantes a la hora de entablar una relación social, o al menos eso era lo que pensaba ella, y es que ¿Qué importaba que Alain fuera daltónico? Su percepción fotosensorial no afectaba la forma en que la miraba a ella, ellos eran mucho más que haces de luz rebotando sobre sus pieles, ellos eran nubes de sentimientos y pensamientos enfrascadas en la pasión que se despertaban mutuamente cuando se tocaban.


Ella le respondió. –El cielo es azul Al-, una risa estruendosa fue lo que obtuvo del sueco, -Por favor Ruth, obvio que es azul, los viernes, pero hoy es jueves, hoy es verde, si es que no se lo llevan primero los malditos gorilas espaciales-. Por primera vez desde que estaban juntos, Ruth sintió la necesidad de soltarlo, y así lo hizo, la mirada indiferente de Alain la entristeció, y salió corriendo hacia su casa. Ahí en la puerta estaba la dama militar de blanco, esa vecina que Ruth odiaba tanto, ahora su sentimiento cambió a rabia, no quería que nadie la viera así.


En su cuarto simplemente se dedicó a leer, sacó su texto favorito, 12 cuentos peregrinos, del nobel colombiano García Márquez, eso siempre la reconfortaba, un cuento en el que a pesar de las dificultades el amor terminaba triunfando sobre todo, el amor que estaban destinados a tener desde un principio. Pero su parte pensante bien cultivada por sus largas conversaciones con Alain Jonas la hicieron preocuparse de la salud de su amado, tomó el teléfono y llamó a una amiga doctora.


-Sé que no es tu especialidad, pero necesito consultarte algo-. Al final pactaron una cita, increíblemente al siguiente día fue su odiada vecina quien la acompañó a donde su amiga.


-Alain perdió la cabeza, está completamente loco-. Así inició una conversación reveladora, por lo menos para Ruth que tenía un mar de dudas.


-Háblame de este Alain-. Ruth comenzó a contar todo con lujo de detalles, la mirada pasiva de su amiga la ponía incomoda, después de unos 20 minutos de monólogo fue interrumpida.


-Esther, ¿tú sabes por qué estás aquí?-. ¡Esther! Ese nombre estremeció los más profundos lugares de su memoria, había escuchado ese nombre antes, pero no tenía la menor idea de por qué su amiga la llamaba así.


-María, ¿Quién carajos es Esther?-, la Dr. María González era la psiquiatra de cabecera del centro de rehabilitación La Casona, el informe que estaba llenando indicaba que después de varios meses de mejoría donde Esther Ramírez estaba llegando a la meta de recuperación total a pesar de su avanzada edad se habían visto truncados cuando volvió a recurrir a la personalidad de Ruth Alcalá de Jonas, personalidad que había adoptado después de encontrar un viejo diario de la que en tiempos coloniales fue la dueña de las actuales instalaciones del sanatorio.


-Esther, tenemos que llevarte a otro lugar, eres ya muy peligrosa para los demás pacientes, deja que la enfermera jefe te lleve-, la enfermera de blanco se acercó amablemente a pesar de las miradas llenas de odio de Esther, o “La vieja Ruth” como se hacía llamar ella cuando se desnudaba por el jardín de La Casona mientras gritaba “vean a la Vieja Ruth y pónganse de rodillas que están en mi casa locos hijueputas”.


La sentencia fue sorpresiva para algunos, ¿cómo podían confinar a un reclusorio para criminales a una pobre anciana de 75 años? Pero una vez leyeron los cargos todo fue más claro, a pesar de su edad aún tenía la fiereza de la juventud no sólo en su cabeza, también en su cuerpo, una muestra de eso fue que asesinó a otro recluso de La Casona, Carlos Andrés Montoya, un manizalita moreno de 25 años a quien Esther cariñosamente llamaba El Sueco.

1 comentario:

Anónimo dijo...

estuvo bueno,pero dos cosas:

1. usa muchas comas.

2. hay muchas ideas buenas que se estorban unas con otras, como Tévez en la selección de Argentina. Por ejemplo, me dio risa genuina la idea de una relación amorosa donde se hable de todo pero se sepa tan poco del otro qué el daltonismo resulte sorpredente, eso da para un buen cuento aparte. La historia de un asesinato y de un alias como "El Sueco" también da para otro cuento. Y ni hablar del giro, que debió ser el hilo conductor de la historia pero que termina oculto tras las otras buenas ideas.

3. Había otro punto que quería resaltar pero como la página de comentarios cierra la del cuento ya no me acuerdo. Ponga los comentarios en la misma página.

4. Escriba el cuento sobre el niño que nunca le ganó una partida de ajedrez a su papá.